El territorio del Ciberespacio y la Literatura digital como edificación
Este texto fue presentado en la tercera sesión del Primer Simposio de Literatura en Pandemia organizado por la Sociedad de Escritores de Chile, Sech.
Antes de comenzar, quisiera contarles que, antes de escribir este texto, tenía mucho miedo, porque no sabía cómo guiarlo… principalmente, porque había muchas preguntas que surgían como posibles objetivos a los cuales apuntar a lo largo de su desarrollo, tales como si la literatura en digital implicaba una mera mudanza desde lo físico hacia lo digital o si acaso implicaba esto otra modalidad gobernada bajo sus propias y nuevas leyes. También me preguntaba cuál era el valor de la palabra que se sostiene en el ciber espacio. Y, si realmente se sostiene, ¿desde dónde lo hace?, ¿desde dónde surge?, ¿cómo se afirma?, ¿cuáles son sus límites si pareciera que el espacio virtual es infinito?
Antes de comenzar, quisiera contarles que, antes de escribir este texto, tenía mucho miedo, porque no sabía cómo guiarlo… principalmente, porque había muchas preguntas que surgían como posibles objetivos a los cuales apuntar a lo largo de su desarrollo, tales como si la literatura en digital implicaba una mera mudanza desde lo físico hacia lo digital o si acaso implicaba esto otra modalidad gobernada bajo sus propias y nuevas leyes. También me preguntaba cuál era el valor de la palabra que se sostiene en el ciber espacio. Y, si realmente se sostiene, ¿desde dónde lo hace?, ¿desde dónde surge?, ¿cómo se afirma?, ¿cuáles son sus límites si pareciera que el espacio virtual es infinito?
Además,
en una era en la cual todo es mercancía, ¿cuál es el valor gratuito de la
palabra? Y no me refiero a gratuito como cualidad de esta, sino a que,
quien tenga acceso a la red puede inmiscuirse, por defecto, en la literatura en
digital gratuitamente o sin pagar demás (o la mayoría de las veces). Si
lo caro tiende a considerarse bueno y elegante, ¿acaso la palabra en digital es
pobre y vulgar?... ¿cuáles son las nuevas metáforas a partir de las que se
comprende este espacio virtual? Si consideramos que este es precisamente un
espacio en el que se ubica la literatura digital, podríamos afirmar que esta
forma parte, junto con otros contenidos, de este universo multisemiótico cuyas
bases están en el internet y que conforman distintos territorios cuyos límites
son difusos y desconocemos aún.
Desde
tiktoks hasta los blogs encontramos diferentes relatos que conforman parte del territorio
del ciberespacio. Desde un pie de página aliñado con emoticones, hasta poemas
publicados en Instagram, leemos en digital. Y, si acabo de señalar que el
ciberespacio es como un territorio, empleo esta metáfora, pues, según Lakoff
(1980), estas se encuentran entre nuestros principales vehículos del
entendimiento y qué más quisiera yo que comprender en qué va la literatura en
digital. Creo relevante, por otra parte, enfatizar sobre el contexto, se
supone, posmoderno que le concede una atmósfera particular a la literatura, más
aún en este formato, quizás, incluso vanguardista. Habermas (1989) señala que “La
vanguardia se ve a sí misma invadiendo territorios desconocidos, exponiéndose
al peligro de encuentros inesperados, conquistando un futuro, trazando huellas
en un paisaje que todavía nadie ha pisado” (p.133).
Si
consideramos, entonces que la literatura en digital se configura como un
territorio del espacio virtual y que, como tal, se construye a través de la
palabra, cual ladrillos de una casa, esta tiene proyecciones infinitas dado el
espacio infinito que habita: no hay ni principio ni fin, por lo tanto, sus
posibilidades se extienden hacia nuevas vías de expresión, cual carreteras, que
transportan mensajes en multidirecciones que desconocemos, pues rebasan las
fronteras de nuestro entendimiento del espacio: no hay ni un arriba ni un
abajo, ni un lado ni el otro; el todo es más que la suma de sus partes y
existe, por lo tanto, un sinfín de posibilidades de intervención de la realidad
a través de su producción. Ya Lyotard (1989) propone que “la humanidad solo se
plantea los problemas que está en condiciones de resolver (...). Si hay que
transformar el mundo es porque él mismo se está transformando. (...). Si es
verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la
realidad que pide acontecer” (p. 150-168), por lo tanto, si escribimos en
digital, trasformamos también este mundo con su irrupción que ¿pedía acontecer?
Sin
embargo, y pese al infinito espacio en el que la literatura en digital tiene proyección,
de todos modos, se constriñe a ciertas plataformas que pareciera preferirse por
sobre otras. Si seguimos con las metáforas, entonces, dentro del territorio
cibernético, la literatura se “muestra” en multi tiendas favoritas como Amazon,
Facebook e Instagram (del multimillonario Mark Zuckerberg estas últimas) ambas,
redes sociales que han funcionado como vitrinas de la creación literaria. Comunes
se han vuelto las publicaciones en estas redes sociales que se llenan o no de likes.
Ahora la crítica literaria se aborda desde diversas aristas: están los capos de
las letras que conocen sobre la teoría literaria y pueden enarbolar una opinión
teórica sobre esta y están los seguidores, fans que evalúan tales contenidos
bajo sus propios criterios: el impulso de presionar el ícono corazón o ese amarillo
que abraza un corazón del me importa en Facebook, son señales de
cómo les fue a tal o cual escrito.
Las
maneras para significar en este espacio han empleado desde el recurso básico de
la palabra tipeada en el celular, computador o tablet, pasando por el collage
meticulosamente confeccionado hasta la inclusión del video o el sonido en
poemas. Sin embargo, esto no es tan nuevo y nos recuerda, por ejemplo, al video
de los poemas concretos brasileros Cinco, Velocidade, Cidade, Péndulo y
Organismo, y la obra misma de Augusto de Campos donde las letras, las voces
y las imágenes interpelan a quien se sumerge en sus recursos hipnóticos.
La
experiencia estética amplía sus posibilidades de expresión democratizando,
quizás, el acercamiento hacia nuevas formas de escritura y de lectura. Y son
nuevas en el ámbito de la creación, en tanto existe la posibilidad de hiper
reproducción de un poema o escrito otro que se repite y repite por Instagram
stories y que la gente comparte y comenta y le pega stickers virtuales o gifs y
escribe notas al margen. Quien escribe, tipea tal como lo hizo antaño en una
máquina de escribir, sin embargo, su reproducción se ha tornado masivamente
virtual. La información se mide en bits, bytes, kilobytes, megabytes, gigabytes
o terabytes, unidades de mesura sobre el tamaño de los archivos, la capacidad
de almacenamiento, la velocidad de transferencia de datos, etc. Asimismo, quien
lee, sigue haciéndolo de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, a menos
que estemos frente a un caligrama o algún otro género que exija restricciones
para su proceso, entonces, ¿qué es lo que tiene la literatura en digital que no
tenga la de antaño?, ¿acaso esta tiene un rol o aquello se lo imponemos porque
estamos inmersos dentro de esta cultura?, ¿qué nuevos caminos nos abre la
literatura en digital?
Quienes
prefieren el formato antiguo del libro físico apelan casi al romanticismo de
dar vuelta la hoja de manera mecánica usando la energía del cuerpo en ello, la
voluntad de acariciar una página entrañable, marcar con un post it
alguna cita fantástica o sentir el olor a libro provocado, entre otras cosas,
por la descomposición química llamada hidrólisis ácida que produce compuestos
orgánicos volátiles como el tolueno, etilbenceno, vanilina (que le da un olor a
vainilla) o el furfural, entre otros. La literatura en digital también se puede
portar en el Kindle, por ejemplo. Acá ponemos notas, cargamos la obra de quien
escribe y podemos también acariciar aquella palabra certera que quedó flechada
en nuestro corazón. Sigo preguntándome, entonces, ¿cuál es la peculiaridad de
la literatura en digital?, ¿qué es lo que tiene esta que no haya tenido la de
antaño?
Precisamente,
no se trata tan solo de un mero cambio de territorio, sino de sus posibilidades
de existencia. Se puede almacenar en la nube de este lugar que pareciera tener
su correspondencia con nuestro mundo real: se guarda, se compra, se vende, se
muestra, viaja, recorre, se comparte, al igual que los libros. Quienes escribimos
en digital, asumimos una nueva identidad virtual, pues, somos un ícono de
nosotras mismas. O así nos presentamos ante los demás. Somos una carita
chiquita en la esquina de la pantalla del teléfono de alguien que desconocemos.
Somos esa carita chiquita que escribe cosas que otros gustan de leer. Somos la
escritora que tiene el nombre de usuario que esconde el que nos pusieron
nuestros padres. Somos una reducción en bytes de nosotras mismas y nuestra obra
es un contenido más de toda la infinidad de elementos circulantes del
ciberespacio.
¿Cuál
es el territorio de la palabra, entonces, en este ciberespacio? Pues, creo que
la respuesta es la literatura misma, vale decir, la literatura en digital es su
propia edificación. Se sostiene a sí misma, pues dentro de este territorio es
recipiente de su propio canon. Y no solo contiene a la literatura de editorial,
sino todo aquello que circula fragmentariamente: los folletos, los fanzines,
los poemas sueltos, toda palabra que se haya transformado en píxel. Habrá que
tener cuidado, entonces, con la belleza y cómo esta permea este universo
paralelo en el que convivimos, pues
“la
transformación sin más, un gesto instantáneo que en definitiva no vaya más allá
de su propia instantaneidad, el proceso en sí se ha convertido en el único y
exclusivo propósito del arte; (…) tan acelerado que todas las imágenes se han
disuelto en el flujo de la transformación continua, hasta el punto de que ya no
se puede afirmar (…) que exista forma alguna” (Raine, 2015, p.67)
Si
existe, según la autora, una carencia de la belleza en la literatura, ¿esta
también se traspasa al mundo del píxel?, ¿permea esta crisis las barreras desde
el mundo físico hacia el mundo digital? Sin embargo, es una cuestión a la que
habría que atender en algún momento si nos planteamos describir cómo es que la
literatura en digital obra dentro de su propio campo de existencia o acción,
dado que no solo es, sino que se reproduce a sí misma en serie a lo largo de la
cadena de producción industrial en una proyección infinita y absolutamente
posible en distintos contextos, tal como los múltiples universos que se
muestran en la serie animada The midnight gospel en Netflix.
Por
otro lado, pareciera, para el caso de espacios de literatura gratis, que
la democratización del conocimiento ha comenzado a transformar el mismo terreno
en el que se edifica. Si bien el mundo editorial requiere de recursos
económicos para sostenerse, existen contratos que, en la literatura, liberan su
reproducción en otros formatos físicos y digitales, como la fotocopia o el
escaneo, respectivamente, para romper con las barreras de la prohibición. En
una entrevista del 2014 a la escritora y ganadora del Premio Nacional de
Literatura 2018, Diamela Eltit señala que “lo virtual contiene todo, en
internet está todo, desde las cuestiones más desalmadas hasta cuestiones muy
sorprendentes”. Ubicaría dentro de estas últimas cosas sorprendentes a la
literatura, pues sabemos y reconocemos su valor simbólico para el desarrollo
del espíritu de las personas y de la cultura.
No
podemos desconocer, sin embargo, la brecha no solo generacional de la
literatura en digital, sino también la social. En un país con las
características del nuestro, estas parecieran configurar todas las relaciones
de intercambio de bienes y servicios, incluyendo los culturales. Por ejemplo,
en un estudio publicado por Moya y Gerber (2016), se señala que quienes acceden
a la literatura en digital, son los mismos que también leen en formatos
impresos (y es por eso, que los llaman lectores omnívoros)
“(..)
perfil omnívoro en este caso sugiere una forma de trazar barreras simbólicas,
en tanto se constituye como un grupo aventajado socialmente, con un perfil
similar al de los que exclusivamente leen en formatos digitales. Esto sigue el
patrón encontrado por otros estudios donde se asocia el omnivorismo a una nueva
estrategia de distinción (Coulangeon y Lemel) y a un discurso ostentatorio de
la diversidad donde se vincula el eclecticismo de las prácticas culturales con
una visión más abierta y tolerante, propia de grupos privilegiados (Fridman y
Ollivier)” (p. 75)
Por
lo tanto, y pese a los esfuerzos del mundo cultural por romper con las barreras
de la desigualdad y las brechas de acceso a los bienes simbólicos y culturales,
persiste aún un velo invisible que oculta las realidades de siempre. Pese a
todo, y para ir concluyendo ya, se debe poner suma atención al acceso de este
mundo virtual a través de una pertinente y oportuna alfabetización digital que
permita abrir las puertas del territorio de la literatura y sus confines para
que las brechas generacionales, de clase, de género y de todo tipo puedan ser
subsanadas en pos de la democratización del conocimiento y de la cultura.
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