El territorio del Ciberespacio y la Literatura digital como edificación


Este texto fue presentado en la tercera sesión del Primer Simposio de Literatura en Pandemia organizado por la Sociedad de Escritores de Chile, Sech.

Antes de comenzar, quisiera contarles que, antes de escribir este texto, tenía mucho miedo, porque no sabía cómo guiarlo… principalmente, porque había muchas preguntas que surgían como posibles objetivos a los cuales apuntar a lo largo de su desarrollo, tales como si la literatura en digital implicaba una mera mudanza desde lo físico hacia lo digital o si acaso implicaba esto otra modalidad gobernada bajo sus propias y nuevas leyes. También me preguntaba cuál era el valor de la palabra que se sostiene en el ciber espacio. Y, si realmente se sostiene, ¿desde dónde lo hace?, ¿desde dónde surge?, ¿cómo se afirma?, ¿cuáles son sus límites si pareciera que el espacio virtual es infinito?
Además, en una era en la cual todo es mercancía, ¿cuál es el valor gratuito de la palabra? Y no me refiero a gratuito como cualidad de esta, sino a que, quien tenga acceso a la red puede inmiscuirse, por defecto, en la literatura en digital gratuitamente o sin pagar demás (o la mayoría de las veces). Si lo caro tiende a considerarse bueno y elegante, ¿acaso la palabra en digital es pobre y vulgar?... ¿cuáles son las nuevas metáforas a partir de las que se comprende este espacio virtual? Si consideramos que este es precisamente un espacio en el que se ubica la literatura digital, podríamos afirmar que esta forma parte, junto con otros contenidos, de este universo multisemiótico cuyas bases están en el internet y que conforman distintos territorios cuyos límites son difusos y desconocemos aún.
Desde tiktoks hasta los blogs encontramos diferentes relatos que conforman parte del territorio del ciberespacio. Desde un pie de página aliñado con emoticones, hasta poemas publicados en Instagram, leemos en digital. Y, si acabo de señalar que el ciberespacio es como un territorio, empleo esta metáfora, pues, según Lakoff (1980), estas se encuentran entre nuestros principales vehículos del entendimiento y qué más quisiera yo que comprender en qué va la literatura en digital. Creo relevante, por otra parte, enfatizar sobre el contexto, se supone, posmoderno que le concede una atmósfera particular a la literatura, más aún en este formato, quizás, incluso vanguardista. Habermas (1989) señala que “La vanguardia se ve a sí misma invadiendo territorios desconocidos, exponiéndose al peligro de encuentros inesperados, conquistando un futuro, trazando huellas en un paisaje que todavía nadie ha pisado” (p.133).
Si consideramos, entonces que la literatura en digital se configura como un territorio del espacio virtual y que, como tal, se construye a través de la palabra, cual ladrillos de una casa, esta tiene proyecciones infinitas dado el espacio infinito que habita: no hay ni principio ni fin, por lo tanto, sus posibilidades se extienden hacia nuevas vías de expresión, cual carreteras, que transportan mensajes en multidirecciones que desconocemos, pues rebasan las fronteras de nuestro entendimiento del espacio: no hay ni un arriba ni un abajo, ni un lado ni el otro; el todo es más que la suma de sus partes y existe, por lo tanto, un sinfín de posibilidades de intervención de la realidad a través de su producción. Ya Lyotard (1989) propone que “la humanidad solo se plantea los problemas que está en condiciones de resolver (...). Si hay que transformar el mundo es porque él mismo se está transformando. (...). Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer” (p. 150-168), por lo tanto, si escribimos en digital, trasformamos también este mundo con su irrupción que ¿pedía acontecer?
Sin embargo, y pese al infinito espacio en el que la literatura en digital tiene proyección, de todos modos, se constriñe a ciertas plataformas que pareciera preferirse por sobre otras. Si seguimos con las metáforas, entonces, dentro del territorio cibernético, la literatura se “muestra” en multi tiendas favoritas como Amazon, Facebook e Instagram (del multimillonario Mark Zuckerberg estas últimas) ambas, redes sociales que han funcionado como vitrinas de la creación literaria. Comunes se han vuelto las publicaciones en estas redes sociales que se llenan o no de likes. Ahora la crítica literaria se aborda desde diversas aristas: están los capos de las letras que conocen sobre la teoría literaria y pueden enarbolar una opinión teórica sobre esta y están los seguidores, fans que evalúan tales contenidos bajo sus propios criterios: el impulso de presionar el ícono corazón o ese amarillo que abraza un corazón del me importa en Facebook, son señales de cómo les fue a tal o cual escrito.
Las maneras para significar en este espacio han empleado desde el recurso básico de la palabra tipeada en el celular, computador o tablet, pasando por el collage meticulosamente confeccionado hasta la inclusión del video o el sonido en poemas. Sin embargo, esto no es tan nuevo y nos recuerda, por ejemplo, al video de los poemas concretos brasileros Cinco, Velocidade, Cidade, Péndulo y Organismo, y la obra misma de Augusto de Campos donde las letras, las voces y las imágenes interpelan a quien se sumerge en sus recursos hipnóticos.
La experiencia estética amplía sus posibilidades de expresión democratizando, quizás, el acercamiento hacia nuevas formas de escritura y de lectura. Y son nuevas en el ámbito de la creación, en tanto existe la posibilidad de hiper reproducción de un poema o escrito otro que se repite y repite por Instagram stories y que la gente comparte y comenta y le pega stickers virtuales o gifs y escribe notas al margen. Quien escribe, tipea tal como lo hizo antaño en una máquina de escribir, sin embargo, su reproducción se ha tornado masivamente virtual. La información se mide en bits, bytes, kilobytes, megabytes, gigabytes o terabytes, unidades de mesura sobre el tamaño de los archivos, la capacidad de almacenamiento, la velocidad de transferencia de datos, etc. Asimismo, quien lee, sigue haciéndolo de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, a menos que estemos frente a un caligrama o algún otro género que exija restricciones para su proceso, entonces, ¿qué es lo que tiene la literatura en digital que no tenga la de antaño?, ¿acaso esta tiene un rol o aquello se lo imponemos porque estamos inmersos dentro de esta cultura?, ¿qué nuevos caminos nos abre la literatura en digital?
Quienes prefieren el formato antiguo del libro físico apelan casi al romanticismo de dar vuelta la hoja de manera mecánica usando la energía del cuerpo en ello, la voluntad de acariciar una página entrañable, marcar con un post it alguna cita fantástica o sentir el olor a libro provocado, entre otras cosas, por la descomposición química llamada hidrólisis ácida que produce compuestos orgánicos volátiles como el tolueno, etilbenceno, vanilina (que le da un olor a vainilla) o el furfural, entre otros. La literatura en digital también se puede portar en el Kindle, por ejemplo. Acá ponemos notas, cargamos la obra de quien escribe y podemos también acariciar aquella palabra certera que quedó flechada en nuestro corazón. Sigo preguntándome, entonces, ¿cuál es la peculiaridad de la literatura en digital?, ¿qué es lo que tiene esta que no haya tenido la de antaño?
Precisamente, no se trata tan solo de un mero cambio de territorio, sino de sus posibilidades de existencia. Se puede almacenar en la nube de este lugar que pareciera tener su correspondencia con nuestro mundo real: se guarda, se compra, se vende, se muestra, viaja, recorre, se comparte, al igual que los libros. Quienes escribimos en digital, asumimos una nueva identidad virtual, pues, somos un ícono de nosotras mismas. O así nos presentamos ante los demás. Somos una carita chiquita en la esquina de la pantalla del teléfono de alguien que desconocemos. Somos esa carita chiquita que escribe cosas que otros gustan de leer. Somos la escritora que tiene el nombre de usuario que esconde el que nos pusieron nuestros padres. Somos una reducción en bytes de nosotras mismas y nuestra obra es un contenido más de toda la infinidad de elementos circulantes del ciberespacio.
¿Cuál es el territorio de la palabra, entonces, en este ciberespacio? Pues, creo que la respuesta es la literatura misma, vale decir, la literatura en digital es su propia edificación. Se sostiene a sí misma, pues dentro de este territorio es recipiente de su propio canon. Y no solo contiene a la literatura de editorial, sino todo aquello que circula fragmentariamente: los folletos, los fanzines, los poemas sueltos, toda palabra que se haya transformado en píxel. Habrá que tener cuidado, entonces, con la belleza y cómo esta permea este universo paralelo en el que convivimos, pues

“la transformación sin más, un gesto instantáneo que en definitiva no vaya más allá de su propia instantaneidad, el proceso en sí se ha convertido en el único y exclusivo propósito del arte; (…) tan acelerado que todas las imágenes se han disuelto en el flujo de la transformación continua, hasta el punto de que ya no se puede afirmar (…) que exista forma alguna” (Raine, 2015, p.67)

Si existe, según la autora, una carencia de la belleza en la literatura, ¿esta también se traspasa al mundo del píxel?, ¿permea esta crisis las barreras desde el mundo físico hacia el mundo digital? Sin embargo, es una cuestión a la que habría que atender en algún momento si nos planteamos describir cómo es que la literatura en digital obra dentro de su propio campo de existencia o acción, dado que no solo es, sino que se reproduce a sí misma en serie a lo largo de la cadena de producción industrial en una proyección infinita y absolutamente posible en distintos contextos, tal como los múltiples universos que se muestran en la serie animada The midnight gospel en Netflix.
Por otro lado, pareciera, para el caso de espacios de literatura gratis, que la democratización del conocimiento ha comenzado a transformar el mismo terreno en el que se edifica. Si bien el mundo editorial requiere de recursos económicos para sostenerse, existen contratos que, en la literatura, liberan su reproducción en otros formatos físicos y digitales, como la fotocopia o el escaneo, respectivamente, para romper con las barreras de la prohibición. En una entrevista del 2014 a la escritora y ganadora del Premio Nacional de Literatura 2018, Diamela Eltit señala que “lo virtual contiene todo, en internet está todo, desde las cuestiones más desalmadas hasta cuestiones muy sorprendentes”. Ubicaría dentro de estas últimas cosas sorprendentes a la literatura, pues sabemos y reconocemos su valor simbólico para el desarrollo del espíritu de las personas y de la cultura.
No podemos desconocer, sin embargo, la brecha no solo generacional de la literatura en digital, sino también la social. En un país con las características del nuestro, estas parecieran configurar todas las relaciones de intercambio de bienes y servicios, incluyendo los culturales. Por ejemplo, en un estudio publicado por Moya y Gerber (2016), se señala que quienes acceden a la literatura en digital, son los mismos que también leen en formatos impresos (y es por eso, que los llaman lectores omnívoros)

“(..) perfil omnívoro en este caso sugiere una forma de trazar barreras simbólicas, en tanto se constituye como un grupo aventajado socialmente, con un perfil similar al de los que exclusivamente leen en formatos digitales. Esto sigue el patrón encontrado por otros estudios donde se asocia el omnivorismo a una nueva estrategia de distinción (Coulangeon y Lemel) y a un discurso ostentatorio de la diversidad donde se vincula el eclecticismo de las prácticas culturales con una visión más abierta y tolerante, propia de grupos privilegiados (Fridman y Ollivier)” (p. 75)

Por lo tanto, y pese a los esfuerzos del mundo cultural por romper con las barreras de la desigualdad y las brechas de acceso a los bienes simbólicos y culturales, persiste aún un velo invisible que oculta las realidades de siempre. Pese a todo, y para ir concluyendo ya, se debe poner suma atención al acceso de este mundo virtual a través de una pertinente y oportuna alfabetización digital que permita abrir las puertas del territorio de la literatura y sus confines para que las brechas generacionales, de clase, de género y de todo tipo puedan ser subsanadas en pos de la democratización del conocimiento y de la cultura.


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