Yo pensaba que

Siempre me parecían más importantes (e inteligentes) las opiniones que los hombres proporcionaban en frente a una audiencia determinada: parecían seguros, certeros, levantaban la voz, golpeaban sobre la mesa y dejaban callados a los demás, porque tenían razón. En el colegio, los hombres podían ser traviesos y deslizar bromas hacia las y los profesores y todos reíamos por el atrevimiento y la gracia que de ello devenía: desafiaban el orden e interpelaban, sarcásticamente, al sistema.

En la universidad ocurría lo mismo: los profesores, cuando se encontraban en los pasillos, se saludaban y sonreían caminando seguros y con el pecho inflado contando alguna anécdota en frente de las y los alumnos que éramos testigos de aquella coincidencia. Luego, se despedían bromeando y hablando a un volumen de voz suficientemente alto como para que todos pudiésemos escuchar la astucia que declaraban. Cuando visitábamos sus oficinas para aclarar una nota o preguntar alguna duda, tras sus escritorios, ocupando un generoso espacio, nos recibían con la actitud pechopaloma.

En cambio, las profesoras caminaban a través de los pasillos de la universidad con los brazos cruzados afirmando un apreciado libro del que nos hablarían a lo largo de la clase, pasaban amablemente saludando al estudiantado, si nos encontrábamos en algún ascensor, elogiaban nuestras uñas pintadas con esmalte naranja combinadas con las zapatillas calipso y comentábamos algún contenido. Durante la clase, y pese a algunas interrupciones de sus alumnos y/o frente a alguna interpelación, aceptaban con suma delicadeza las insurrectas palabras de los estudiantes. Yo me preguntaba: ¿por qué mierda no le dice algo a este/a pendejo/a que se quiere hacer el/la lindo/a?, ¿por qué la profe no es como el profe?.

Luego, con el paso de los años y el aprendizaje que no siempre hallé en aquellas voces autorizadas que aparecían en los libros, comprendí que me parecieron más interesantes las opiniones de los hombres solamente porque hacían gala de su poder: se mostraban decididos, seguros, reflexivos; sapientes. Quizás no sean ellos los culpables, en parte, de esa actitud. Tampoco creo que sea una acción deliberada en todos los casos, pero lo que sí sé, es que se trata de la misma dinámica bicategorial que el engranaje patriarcal ha mantenido a lo largo de las décadas: las configuraciones del hombre y de la mujer asociados con los rasgos más/menos arriesgados, decididos, fuertes, confrontacionales, también impactaron en aquellas admiradas mujeres profesoras cuya actitud tolerante y serena fue invisibilizada por la arrogancia de otros: "el rol social y pasivo de la mujer, en contraste con el individual y agresivo del hombre, resultan de la replicación de un discurso que pervive y se hereda en la sociedad, a través de las prácticas sociales, las que se proyectan hacia otros dominios, tales como productivos, económicos o parentales" (Castro, 1996).

En realidad, lo que me gustaba de aquellas opiniones masculinas era la actitud disociada con el concepto de mujer señorita cumple reglas, porque, claramente, eran los hombres quienes tenían el derecho implícito de hacerlas y, pese a que muchas veces carecían de algún argumento válido, la libertad subyacente que les dio voz es aquella que como mujeres no tuvimos, ¿pero que ahora tenemos?. Por eso escribimos como nunca, porque no creíamos ser lo suficientemente capaces, porque debimos demostrar el doble de mérito para ser bien consideradas, porque no quedó espacio para la creación artística ni los poemas que escondimos entre nuestros cuadernos de biología del colegio de la comuna marginal.

Ahora ya no me parece interesante una opinión que acompaña un tono de voz que trata de imponerse,  tampoco uno que es sarcástico cuando no corresponde y menos uno que interrumpe sin ninguna finalidad que alimente la conversación, porque se trata de una mera demostración de poder. Me parece interesante e inteligente algún planteamiento que se manifiesta sincero, amigable y humilde. Me parecen interesantes aquellas opiniones que no deslegitiman otra solamente porque sí. Me parecen más interesantes esos cuestionamientos que surgen para reivindicar distintas posiciones sociales que creímos verdaderas. Me parece interesante todo intento por generar la paz, por muy ambicioso que este sea. Me gusta cuando se habla de injusticia con rabia, porque de ahí movemos las estructuras que incomodan a la minoría. Me gustaría que el orden social aprendido pudiese, de verdad, cuestionarse y moverse, de ser necesario.










Comentarios

Entradas populares