Casi me matan, profe

Profe, se enteró de que estaba pololeando con otro. Se subió arriba mío y me estaba ahorcando
Profe, quise dejarlo porque me di cuenta de que me maltrataba y subió una foto de sus pistolas a facebook
Profe, me llama todo el día para saber que no lo estoy engañando
Profe, me pegó en la espalda, así no se nota
Profe, es que no tengo dónde irme
Profe, es que tengo dos niños
Profe, es que no tengo trabajo
Profe, es que mis papás son drogadictos y yo no quiero caer en eso
Profe, tengo miedo...


¿Qué hago?, ¿a quién acudo?, ¿cómo sorteo la pedagogía desde el hambre?, ¿cómo enseño la paz en la guerra?, ¿cómo enseño el respeto desde el golpe?, ¿cómo enseño la poesía desde la violencia?, ¿cómo desnaturalizo el insulto?, ¿cómo le digo que no si tiene razón?, ¿cómo le digo que salga adelante si el mundo le dijo que no?, ¿cómo le digo que se aleje si no hay nadie allá afuera?, ¿con qué cara le pido que atienda la clase si se le caen los ojos de lágrimas?, ¿cómo le digo que lo ilícito no, si ni siquiera ha recibido amparo legal?, ¿para qué le digo que participe si su mente está bloqueada?

Estas y otras infinitas interrogantes no tienen, necesariamente, respuesta alguna. El escenario ideal que nos plantearon en las escuelas de pedagogía no se relaciona, en lo absoluto, con el ejercicio de la docencia y, por supuesto, menos con la praxis en  los colegios. Cuando te desenvuelves en estos ambientes comienzas un nuevo ciclo de aprendizaje: aprendes a aprender, aprendes a enseñar de nuevo, ¿aprendes (o quizás nunca) a motivar a tus estudiantes? Difícil resulta responder a los inteligentes cuestionamientos de los estudiantes respecto de la validez del sistema educacional chileno. Difícil es acertar a dar alguna respuesta casi tan inteligente como sus planteamientos. El villano sistema no les dio nada nunca, ¿por qué valdría la pena ahora?, ¿por qué voy a surgir si ya estoy vieja?

¿Cuán validero es nuestro golpe en sus espaldas?, ¿moví algo en ellas diciéndoles que se la pueden por sí solas?

Cuando la vida misma está en juego, ¿qué importa la escuela?




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